MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia
Más que describir cada misterio, parece de mayor interés exponer las notas comunes a todos o a casi todos ellos, que además suelen ser, al mismo tiempo, diferenciales respecto de las religiones étnico-políticas (v.). En el área de estas religiones, que apellido iniciáticas, caben las distintas manifestaciones de religiosidad telúrica y mistérica: misterios dionisiacos y órficos, helénicos de Eleusis, de Zálmoxis de los getas, mesenios de Andania, cabíricos de Samotracia, de Sabacio, frigios de Atis y Cibele, de Tammuz-Adonis, iránicos de Mitra, egipcios de Isis-Osiris, de la Bona Dea, etc. A pesar de su antigüedad, en el área mediterránea llegó a su esplendor en los siglos inmediatamente antes y después de Jesucristo.
Origen telúrico. Las raíces de la religiosidad mistérica se hunden en la tierra, no profana como en nuestros días, sino concebida como numinosa, divinizada (lo telúrico; V. DIOS ti, 2); su aspecto geológico queda reducido a categoría de simple soporte. Cualquier ámbito de carácter telúrico o agrario sacralizado, cualquier rito arcaico que pretendiera el rejuvenecimiento biocósmico al amparo del proceso telúrico-vegetal presenta brotes que en un clima propicio irrumpen pujantes con todas las notas comunes, y también algunas diferenciales, de la religiosidad mistérica. Entre los puntos admitidos por todos los especialistas está la pertenencia de los misterios a pueblos de civilización agraria y matriarcal, al menos en su origen, así como el origen preindoeuropeo y presemita de los mismos. Telúrico en su origen y también el destino de la sangre derramada por sacerdotes e iniciados en varios misterios (Atis-Cibele, etc.) en medio de flagelaciones (Cátulo, 67,5; Lactancio, Institutiones diuinae 1,21,16, etc.); tratan de comunicar a la naturaleza la fuerza de la sangre a imitación del efecto producido por la sangre de su dios caída en tierra. El que realizaran la autoeviración no con cuchillo metálico sino de pedernal (acuto sílice) es indicio y residuo de época arcaica.
La Madre Tierra y la vegetación. Este origen telúrico explica que la divinidad suprema de los misterios no sea celeste, sino terrestre; veneran a la tierra divinizada o Madre Telus bajo diversas advocaciones: Demeter, Magna Mater, Isis, Atargatis, Cibele, Damia, etc. La potencialidad más elevada de la Madre Telus, es decir, la relativa al origen del hombre (fecundidad), a la previsión del porvenir, a la vida de ultratumba así como a la fertilidad agraria, tras un proceso de antropomorfización, aparece encarnada en una divinidad o semidivinidad, con preferencia masculina, unida a la Tierra por lazos defiliación, de amor conyugal y, a veces, de simple amante: Perséfona, Dioniso, Atis, Adonis, etc., tipos del «joven dios, que muere y resucita» (fórmula consagrada por 1. Leipoldt en el libro del mismo título Sterbenden und auferstehende Gótter, Leipzig 1923 -racionalista-) al compás del proceso de la vegetación (invierno-primavera) (V. DIOS 11, 2), sincronizado antes con la serpiente divinizada (v. SERPIENTE). La suprema divinidad mistérica, además de ctónica, es femenina, madre, inmanente. etc. (V. DIOS II, 2; NATURALEZA, CULTO A LA; FERTILIDAD, CULTO A LA).
Despolitización de la religión. En las religiones étnico-políticas la relación con los dioses no era personal sino cívica o política. En la religiosidad mistérica, en cambio, es el iniciado en cuanto individuo el que busca la unión con la divinidad, el que trata de alcanzarla por medio de diversos recursos de sim-patía y la halla tras la muerte. Los misterios despolitizan la religión; nunca se emplea este término con tanto acierto como en este caso, si se lo entiende en todo su complejo valor etimológico (polis, ciudad-Estado) y semántico actual. Pocas veces encaja tan ajustadamente, aunque Plotino la use en un contexto diferente, la fórmula «huida del uno al Uno» (Enéadas 6,9,11). Esta fuga, apetencia de unión del individuo con el Uno entendido no en el sentido monoteísta del cristianismo, ni en el panteísta del neoplatonismo plotiniano, sino en el mistérico de unión con la pareja divina, antes de ser tema filosófico, fue experiencia sacral íntima e intensamente vivida por cuantos practicaron la religiosidad telúrico-mistérica; su piedad no discurre por cauces de suyo nacionales ni pretende el bienestar colectivo, sino la salvación de cada iniciado o, a lo más, de determinados grupos. Desde luego esta despolitización de la religiosidad mistérica no cae en el individualismo egoísta. Rompe los lazos políticos, pero el iniciado se siente unido a otros. Los vínculos son va exclusivamente religiosos y estrechan a cuantos, integrando la misma comunidad sacral mistérica, caminan hacia la fusión con la divinidad. Forman una sociedad esotérica similar, en cierto sentido, a la realidad eclesial del cristianismo.
Ritos de iniciación. El rito iniciático es la señal externa de adscripción a esta clase de religiosidad. En la religión étnico-política (v.) se nacía, a la telúrico-mistérica se llegaba mediante un rito especial, que suponía determinadas disposiciones interiores, una especie de bautismo (V. INICIACIÓN, RITOS DE).
Esoterismo. Cuando ahora hablamos de misterio, de ordinario resaltamos uno solo de los muchos aspectos que portaba la realidad mistérica e identificamos misterio y esóterico. Así nos hallamos en el estadio final de la secularización de este término, al considerarlo coleo expresivo del arcanurn, de lo oculto de una cosa. Pero los misterios inicialmente no eran ocultaciones ni una especie de sociedades secretas. Ciertamente había algo oculto, pero era una exigencia de su misma esencia marginal a la vida ordinaria. Los misterios partían de los ritos iniciáticos, que apartaban al iniciando del resto de los mortales, de los profanos, y lo inscribían en un círculo más reducido para juntos tender a la unión con la divinidad, separación que se prolongaba hasta después de la muerte por tener cementerios propios (p. ej., los órficos). Esta unión, que simbólicamente se operaba ya en el momento mismo de la iniciación, se iba incrementando mediante la celebración de fiestas cultuales. Casi todos los ritos Inistéricos tenían categoría de símbolo, único modo de sugerir mejor la recóndita realidad del más allá y de cuanto el iniciado experimentaría tras la muerte. Mas el símbolo de estos ritos podía ser mal interpretado siempre que alguien se fijara sólo en el significante sin calar hasta el significado, único válido en el contexto misterial. Por eso casi todos los misterios terminaron por prohibir la divulgación de sus prácticas; hablar de ellas era profanarlas, sobre todo al quedar dominados por pueblos de religión étnico-política o celeste (los indoeuropeos). La única fuente de conocimiento era su celebración, su vivencia dentro del ambiente íntimo de la experiencia sacral. De este modo se impuso la ley del arcano y fue aumentándose el carácter oculto, esotérico, en las celebraciones iniciáticas. Y tan fuerte fue este matiz que misterio terminó por ser sinónimo de oculto, misterioso. Este esoterismo es culpable de la escasez de testimonios. Fue también la causa de una de las represiones más brutales conocidas (caso de las Bacanales en Roma). El estremecimiento de pasión religiosa que llevó al paroxismo el arcano de las celebraciones mistéricas y la comunión con la divinidad que se rumoreaba se hacía por la comida de víctimas inocentes, similar a la acusación posterior contra los cristianos (S. Justino, Diálogo con Trifón 10, etc.), provocó el encarcelamiento de millares de personas y el ajusticiamiento, según Tito Livio, de casi siete mil iniciados. El hecho de que nunca fueran hallados los cadáveres de las víctimas inocentes comidas por sanguinarias bacantes parece confirmar la naturaleza ritual de estas muertes, realizadas quizás a veces de una manera excesivamente realista (Tito Livio 29,8-19, y el Senatus Consultus, en Corpus Inscriptionum Latinarum 1,581).
Destino de salvación ultramundana. Todas las creencias y prácticas de la religiosidad mistérica están marcadas por el sello soteriológico y escatológico, y buscan la salvación de cada iniciado alcanzada de modo perfecto en el más allá de la muerte, momento en que se consuma la unión con la divinidad.
En todos los relatos míticos y realizaciones cultuales el iniciado, vinculado con la encarnación divina -joven dios o serpiente-, tiene derecho a un bien futuro. Este derecho es individual y compartido por cuantos participan de la misma iniciación. Tras el duelo y la muerte llegará también para él la alegría de una vida feliz, como llegó para el joven dios. Esta alegría está expresada en el culto de Cibele y Atis con la conocida fórmula: «Tened confianza, ¡iniciados!, vuestro dios está a salvo y tendréis salvación de vuestras aflicciones» (Fírmico Materno, De errore profanarum religionum, 3). La salvación y felicidad personal se gradúa de acuerdo con la intensidad de la sim-patía, en su sentido etimológico o com-pasión (participación del pathos -pasión dolorosa o gozosa de otro), o sea en la medida en que se sientan las peripecias de la divinidad. Los actos cúlticos de los misterios están orientados a preparar y enseñar con vivencias que la muerte es tránsito de una vida a otra, que es necesario llevar una vida pura y portarse siempre conforme a las enseñanzas recibidas. El culto originariamente naturalista se impregnó de contenido ético y salvífico. Los misterios, en cuanto tales, no pertenecen a las religiones dogmáticas, carecen de un cuerpo de doctrina. Iban dirigidos al reducto afectivo del individuo más que a la inteligencia, tanto en las danzas báquicas de colectiva exaltación extática como en el acto individual e íntimo de la iniciación. Aristóteles (Apud Synes. oratio 48) afirma con acierto que el «iniciado nada tiene que aprender (mathein) sino que padecer (pathein) ». Este «padecer con el dios» condensa algo esencial de los misterios y nos ofrece la clave del alegrarse con él tras las penalidades de esta vida,que constituye la aspiración y destino de todos y cada uno de los iniciados.
Recursos de «sim-patía». a. Negativos o puri f icatorios. En todos los misterios existían prácticas ordenadas a limpiar la senda y a romper las ligaduras del espíritu, con predominio de uno u otro de los recursos tradicionales: prácticas de introspección y retiro (misterios órficos, de Isis-Osiris, eleusinos; en éstos la promesa de vida pura tenía rigurosidad de voto), un periodo de iniciación y adiestramiento en la vida espiritual bajo la dirección de un sacerdote (Isis-Osiris), ayunos y abstinencias (Atis-Cibele, órficos, Isis-Osiris, Bacanales), cierta exposición de las faltas con fin purificatorio (órficos, cabíricos), castigos corporales, flagelaciones, mutilaciones hasta el derramamiento de sangre, la autoeviración (AtisCibele, Tammúz-Adonis), tonsuración, afeitarse la cabeza que a las mujeres se les permitía reemplazarla por un sucedáneo sexual (Isis-Osiris, Tammúz-Adonis), purificaciones, abluciones (Isis, Mitra), sacrificios solemnes de toros (Atis-Cibele, Mitra, v. TAUROBOLIO; TORO), de cerdos (Eleusis; v. CERDO), etc.
b. Positivos o de asimilación al dios. Los recursos de asimilación completaban la espiritualización del iniciado y su unión con la divinidad. Todo el ceremonial de la religiosidad iniciática, además de facilitar la liberación del mal, tiende a llenar el ansia de felicidad mediante la unión con la divinidad iniciada en esta vida y consumada tras la muerte. En los misterios de Sabacio se recogía este doble aspecto en la fórmula, que pronunciaba el mystes (v. INICIACIóN, RITOS DE): «Huí del mal, encontré lo mejor» (Demóstenes, Corona, 259). Numerosos ritos simbolizan la unión con la divinidad y, al mismo tiempo, eran medios para alcanzarla. Entre ellos descuellan el contacto corporal con la serpiente introducida en el seno del iniciado (Sabacio, v.), la omofagia o comida, en crudo, de un animal teofánico (misterios dionisiacos, arcaica religión telúrica), el banquete en el que se alimentaban con el místico sentido de ágape de inmortalidad (Atis-Cibele, Sabacio, Mitra, v. t. BANQUETE SAGRADO), rito nupcial o matrimonio sagrado -hierogamia- (Eleusis, Atis-Cibele) y, en fin, la representación simbólica de la muerte y resurgimiento del iniciado (Eleusis, AtisCibele, Isis-Osiris, Mitra, etc.). El corazón de cada iniciado (misticismo individual) se desborda, a veces, convirtiéndose en viento huracanado que arrastra a la multitud posesa, poseída por el dios; es el caso del misticismo colectivo (ménadas, bacantes, etc.) tan arraigado en el culto dionisiaco, principalmente entre las mujeres.
Sacerdocio. De acuerdo con el feminismo de su divinidad suprema y con la constitución originariamente matriarcal de sus adoradores, en la religiosidad mistérica predominan las sacerdotisas. Los ministros del culto llegan a ser encarnación de la divinidad no sólo por una simulación cúltica sino por obra de una misteriosa presencia manifestada y conseguida por diversos medios: identidad de nombre, uso de la máscara divina y el rito de la hierogamia. Sus intervenciones están impregnadas de subjetivismo cultual, muy distante del ritualismo del sacerdocio de las religiones étnico-políticas (v. SACERDOCIO I).
Tiempo «litúrgico», mítico-cósmico, no histórico. Los miembros del sacerdocio mistérico y los iniciados aspiran a incrustarse en un curso metahistórico mediante la apropiación del drama de la muerte-resurgimiento del dios mistérico (elemento mítico), en sintonía con el proceso de la naturaleza: invierno-primavera (elemento telúricocósmico), por medio de la realización de un rito invariable y periódicamente reiterado, origen de cada culto telúrico-mi stérico (elemento cultual). El llamado tiempo litúrgico, no el histórico, caracteriza la actuación sagrada y sacerdotal en la religiosidad de los misterios.
Misterios y cristianismo. Por razón del estrato social al que pertenecieron la mayoría de los primeros cristianos y por diversas interferencias la Iglesia se confrontó y, en general, se enfrentó con los misterios. El estudio de la religiosidad telúrico-mistérica se inficionó muy pronto de una tendencia polémica al tratar su relación con el cristianismo. Racionalistas, protestantes liberales, católicos modernistas (Reitzenstein, Renan, Bousset, Leipoldt, Loisy, S. Reinach, etc.) se empeñaron en buscar los orígenes del cristianismo en el área mistérica, como si no fuera una religión revelada. No es éste el momento oportuno de oponerse a semejante postura absurda, como absurdo sería también negar toda relación, aunque a veces así se haya hecho. Como respuesta baste observar que el cristianismo no se presentó como una revelación negativa, desenmarcado del contexto religioso y cultural en el que apareció (mundo greco-romano y judío). Antes bien es una recapitulación de todas las cosas en Cristo (Eph 1,9). No es un aerolito caído del cielo, sino una realidad sobrenatural encarnada. Como Cristo, sólo excluyó el pecado, lo heterodoxo, los ritos inaceptables para su contenido dogmático revelado y su vida litúrgica; si bien, a veces, la religión cristiana pudo aparecer recubierta de estructuras recibidas del medio ambiente, superadas o superables con el tiempo. Un caso paradigmático: la muerte dé Jesucristo tiene en sí misma, ya desde el principio en la predicación del mismo Cristo, significación sacrificial. Cristo muere voluntaria e intencionadamente para redimirnos. Los jóvenes dioses mistéricos mueren imprevistamente y contra su voluntad: Adonis (jabalí), Osiris (lucha 'con otro dios, Seth), Perséfona (desaparecida, rapto), etc. Nunca mueren para reparar a la suprema divinidad enojada por motivos morales ni para redimir a los hombres. No merecen el título de salvador; sólo se les atribuye al margen suyo, por simpatía con el ritmo de la vegetación. Además su vida y muerte nunca va dirigida al bien de los hombres, menos aún al moral, y, en fin, en ningún caso pueden compararse con la personalidad y doctrina de Jesús. Cristo, además, es un personaje histórico, que ninguna relación guarda con lo telúrico ni con la manifestación primaveral de la vegetación. Un análisis de todas las relaciones establecidas por los racionalistas, especialmente en cuanto al bautismo, a la confirmación y a la eucaristía nos llevaría muy lejos (v. L. Allevi, o. c. en bibl.). En los últimos lustros, el estudio de las relaciones entre misterios y sacramentos cristianos ha cambiado de perspectiva. Antes se hacía con fines apologéticos (en contra o a favor de la originalidad del cristianismo), hoy con preocupaciones más teológicas; es decir, se trata de captar mejor el significado del misterio cristiano en general y de los sacramentos en especial, siguiendo su origen y desarrollo en todo el contexto histórico. Conviene, además, tener en cuenta los misterios no cultuales: gnosticismo y algunas de sus formas principales (V. HERMETISMO; MANIQUEÍSMO).
V. t.: ANTROPOMORFISMO II; BAUTISMO I; DIONISOS; DIOS II, 2; ELEUSIS; GRECIA VII; INICIACIÓN, RITOS DE; INMORTALIDAD; MÍSTICA I; MITRA; ORFISMO; SABACIO; SAMOTRACIA, MISTERIO DE.
BIBL.: N. TURCHi, Fontes historiae mysteriorum, Roma 1923; A. ALVAREZ, Las religiones mistéricas, Madrid 1961; L. ALLEVI, Misterios paganos y sacramentos cristianos, Barcelona 19'61; M. GUERRA, Yahveísmo, religiones nacionales y religiosidad ctónicomistérica, «Burgense» 7 (Burgos 1966), 9-82; !D, La re-presentatiode la divinidad, esencia del sacerdocio ctónico-mistérico, «Teología del sacerdocio». 2 (Burgos 1970) 285-309; O. CASEL, El misterio del culto cristiano, San Sebastián 1953; K. PRUMM, art. Mystéres, en DB Suppl. 6,2-225; O. KERN, art. Mysterien en RE 16,12111262; M. P. NILSSON, Geschichte der Griechischen Religion, II, Munich 1961, 622-701; R. PETTAZONI, 1 Misteri, Roma 1924 (inclinado a la dependencia del cristianismo respecto de los misterios paganos); W. KOPPERS, Zum Ursprung des Mysterienswessens in Lichte von Volkerkunde und Indologie, «Eranos-lahrbuch» 11 (Góteburg 1944), 213-275.
M. GUERRA GÓMEZ.